El juego de té

Aquel día, cuando llegó mi tía de trabajar fui a verla como siempre y me llamó la atención un paquete, que dejó sobre la mesa. Mi abuela, curiosa le preguntaba, qué era y ella con cara de satisfacción, comenzó a sacarlo de su caja.

Estábamos expectantes, tanto mi abuela como yo. Es un regalo que me ha hecho mi señora-decía mi tía-toda sonriente.

Yo no había visto nunca una cosa igual.  ¿Qué es? Pregunté, un juego de té, contestó mi tía. Mi abuela dijo algo parecido a, que eso era una tontería y que le podía haber regalado, algo más útil.

Pero a mí me enamoró. Se componía de una bandejita redonda plateada, una jarrita pequeña, dos vasitos y un azucarero, con su tapa y su cucharilla, también plateadas.

Todo era de cristal  y tenía unas florecitas dibujadas en blanco, alrededor de cada pieza. ¿Qué es el té tita? Pregunté, con mi curiosidad de niña. Es una infusión-contestó- y lo toman mucho los ingleses.

Desde ese día, ese juego de té, comenzó a formar parte de mi vida. Lo veía a diario sobre la cómoda de mi abuela, siempre estaba allí, limpio y reluciente, pero nunca se usó.

Fue testigo mudo del devenir de mi familia. Me vio crecer y también vio mi dolor, cuando en mi pubertad, mi abuela murió.

Cambió de lugar. La cómoda se quitó, porque estaba muy estropeada y en su lugar se puso un aparador con un espejo muy grande y él se miraba en el espejo, orgulloso de su brillo.

El tiempo fue pasando y el juego de té seguía estando allí. Me vio vestida de novia, el nacimiento de mis hijos y siguió siendo testigo mudo de todos los acontecimientos de mi vida, hasta que esa habitación quedó triste y sola, después de la muerte de toda la familia de mi madre.

Pero yo lo seguía cuidando. De vez en cuando pasaba a limpiar esa habitación y me paraba a mirarlo, aunque ya se estaba deteriorando un poquito. El brillo se había ido de su bandeja y se estaba oxidando, pero a mí, no me importaba, porque seguía siendo bonito.

Un día se tomó la decisión de tener que dejar esa casa. Allí nací, crecí y nacieron mis hijos, pero la vida es así y te pone pruebas, que tienes que  afrontar.

Cuando estaba haciendo la mudanza a mi otra casa, me sentía triste, porque tenía que decir adiós a muchos recuerdos, que no me podía llevar conmigo. Pero el juego de té sí se vino conmigo. Lo embalé con mimo, pero como era tan frágil y ya estaba un poco mayor, en la mudanza se estropeó. Se rompieron los vasos y mi marido quería que lo tirara todo, pero yo me opuse y solo tiré la bandeja, porque estaba oxidada y los vasos, porque estaban rotos.

Pero la jarrita y el azucarero, los guardé con mucho mimo junto a otros pequeños recuerdos  y piezas sueltas, que tenía de mi madre.

Y ese juego de té estropeado, continuó conmigo. Nunca le di ningún uso, pero siguió siendo testigo de mi vida y siempre estaba ahí, para cuando me hacía falta recordar.

Pasaron los años y lo iba cambiando de lugar, según convenía. Mi marido se enfadaba y estuvo a punto de tirarlo algunas veces, pero yo siempre lo limpiaba y lo volvía a guardar.

Fue pasando el tiempo y la tapadera del azucarero, también se oxidó. Las cosas también envejecen como las personas y esas piezas tan queridas para mí, parecía que sufrían con todo lo que a mí me pasaba.

Y siguió siendo testigo mudo de mis penas y de mis alegrías. Y todos los años cuando hacía la limpieza de primavera, lo volvía a limpiar y lo miraba con tristeza, viendo en él, el paso del tiempo y cuanta semejanza tenía conmigo.

Pero estábamos sobreviviendo contra viento y marea. Los dos éramos fuertes y aunque deteriorados, estábamos aguantando las embestidas del tiempo. Y llegó otra mudanza y yo temblaba, por el trabajo que se me avecinaba.

También me tuve que desprender de muchas cosas, pero lo que quedaba de ese juego de té, lo envolví con mucho cuidado, aunque no sobrevivió el azucarero. Me puse muy triste cuando lo vi roto en el nuevo piso, pero comprendí, que ya estaba cansado de ir de un lado para otro y se había dejado morir. Busqué la jarrita entre las otras cosas y la encontré.

Estaba entera, estaba bien y yo supe que era una señal. El juego de té no se había rendido y yo tampoco podía hacerlo. Tenía que seguir luchando como esa frágil jarra de cristal que llevaba tantos años conmigo.

Y la guardé en un lugar de mi cocina y todos los días cuando abro el mueble la veo y parece que me dice ¡Ánimo! Qué ha llegado otro día y estamos juntas. Deterioradas, un poco solas, pero estamos sobreviviendo y viendo el amanecer diario.

 

María López Moreno…

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