Hacía un día muy bonito y decidí salir a pasear. Me encontré en un sitio extraño. No era mi ciudad. Salían personajes de cuento por todos lados, formando parejas. Todos iban muy animados conversando y nadie se fijaba en mí. Estábamos en una plaza, rodeada de tenderetes con todo tipo de abalorios y baratijas y me llamó la curiosidad una de las parejas.
Una niña vestida con una caperuza roja, que llevaba una cestita en el brazo y dentro de la cesta, una ratita. Entonces caí en la cuenta de que eran la Ratita Presumida y Caperucita Roja, dos personajes de mis cuentos favoritos, de cuando yo era pequeña. La curiosidad me hizo seguirles, para escuchar el dialogo que llevaban.
-Caperucita llévame a comprarme un lacito.
-¿Para qué lo quieres Ratita?
-Tengo que estar bonita porque viene mi novio a verme.
-Sí, pero decídete pronto, porque tengo prisa.
-Elegir un lazo lleva su tiempo ¿eh?
-No, porque solo tienes que elegir el color.
-Sí, pero ¿ qué color me sienta mejor!
-Cómo eres gris, pues puede ser rojo para que convine con tu piel.
-Y también con tu caperuza ¿no?
-Mi capa no tiene nada que ver, tú puedes ir como quieras.
-Entonces que sea azul, porque hace juego con mis ojos.
-Decídete pronto, que me está esperando mi abuela.
-¿Tienes que ir a verla?
-¡Claro! y se está haciendo tarde.
-Y yo mientras qué hago, ¿me quedo sola?
-Te puedes juntar con Pulgarcito, que como es tan pequeño no quiere nadie hablar con él, porque no se ve por el suelo.
-¡Buena idea! le diré que se suba a mi lomo para que no lo pise nadie.
-Pero antes de irte me pones el lacito en el cuello ¿eh?
-Vale, pero cuida de él y sobre todo no os valláis por donde haya hierba.
-¿Y eso por qué?
-Porque los dos sois muy pequeños y os pueden comer las vacas.
-¡Eso en mi cuento no pasa!
-Vale, pero por si acaso…
-Bueno Caperucita, ten cuidado con el lobo, que a estas horas suele salir a cazar niñas.
-Gracias Ratita, lo tendré presente.
-Esta tarde nos vemos y ¡pórtate bien con tu novio!
-Hasta luego Caperucita…
Caperucita se fue y todos los personajes de los cuentos continuaron hablando entre ellos, ajenos a todo lo que le rodeaba. Yo era invisible para ellos. Y de pronto desperté. ¿Había sido un sueño? Sí, eso parecía. ¡Qué sueños más raros tengo! -pensé-.
Pero al mirarme esa mañana en el espejo del baño, noté algo raro en mi cabeza. Un lazo azul adornaba mi pelo…
María López Moreno.