Ésta que veis aquí…

Ésta que veis aquí, de rostro redondo y sereno, cabello plateado y liso, frente amplia,  ojos verdes y vivos, nariz amplia y torcida, boca pequeña y carnosa, dientes alineados, color sonrosado…ésta digo, es la viva imagen de la llamada comúnmente María López Moreno…

De esta manera, ruego aguzad vuestros sentidos para acompañarme en la aventura de relatar algunos de mis lances vividos en tiempos pasados…

Los rincones de mi memoria están llenos de situaciones y circunstancias las cuales yo protagonicé desde bien pequeña.

En este recuerdo me veo con cinco años, de la mano de mi madre llevándome al colegio por primera vez. Era en un colegio de monjas. Mi padre no quería puesto que él era bastante escéptico y no creía en las cosas de la religión, pero como siempre, ganó mi madre, por el gran amor que se tenían.

Al llegar ante la puerta del colegio, mi madre me confió a una niña mayor, que era vecina nuestra.  En esos años había mucha desigualdad de clases y las niñas del colegio se diferenciaban  bastante las unas de las otras. Yo era de las que íbamos con un babi blanco, y las otras que se denominaban niñas ricas, iban con uniformes y la mayoría eran muy orgullosas y se creían superiores a nosotras.

Pero eso yo no lo noté el primer día, aparte de que yo era muy pequeña, iba bastante contenta  porque era mi primer día de colegio.

Lo primero que vi al pasar fueron unas escaleras blancas de mármol que me llamaron bastante la atención. Me dirigí hacia ellas corriendo pero la niña mayor tiró de mí suavemente, y me dijo que nosotras no podíamos subir por ellas, ya que nuestra clase estaba en el patio. A pesar de mi decepción no me sentí demasiado mal porque el patio estaba lleno de niñas vestidas igual que yo. La clase era muy amplia y luminosa.  Había ventanales por todas partes, unos daban al patio y otros al jardín donde solíamos salir al recreo. Aunque yo era una niña bastante tímida, me sentí bien desde el primer momento ya que había un ambiente que me inspiraba confianza.

De mi primer año de estancia en la escuela, solo recuerdo las palabras. Palabras que iba desgranando de las páginas de los libros que me hacían leer, y que yo devoraba con gran placer. Aprendí rápido, y entonces empecé a hacer preguntas. Desde mi pupitre, yo veía pasar a las otras niñas. Niñas que eran diferentes por su forma de vestir y de comportarse. Aunque había algunas que jugaban con nosotras, la mayoría no lo hacían, y siempre que coincidimos en el recreo huían de nosotras como si tuviéramos alguna enfermedad contagiosa.

Por eso empecé a obsesionarme con las escaleras de mármol blancas. Sabía que esas niñas estudiaban cosas distintas a nosotras, y que también tocaban música porque se les oían por las ventanas del patio.

Un día que me mandaron a darle un recado a una de las monjas, lo pude comprobar por mí misma y me encontré en una sala con un piano muy grande donde estaban tocando las niñas más mayores.

Los cinco años que estuve en el convento fueron felices, pero también fueron tristes.  Conforme iba creciendo me daba más cuenta de la desigualdad  que había entre los dos grupos y lo marginadas que estábamos nosotras.

Sin otro quehacer, dejo mis palabras al amparo de vuestra indulgencia.

En Linares a 27 de febrero de 2018…

 

María López Moreno

 

 

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