El perdón

El ojo y el corazón, se acostumbran a la luz y a la oscuridad. Y así vamos haciendo opaca la injusticia jurídica, el hambre, los emigrantes muertos en el fondo del mar, los suicidios ante los desahucios, las muertes de mujeres y niños por la violencia machista; y así podríamos seguir ante una interminable lista que nosotros (que yo) lamentamos en reuniones y en solitario, dejando para mañana…lo bueno que podíamos…haber hecho hoy.

A veces en el frio de la oscuridad, mi alma y mi cuerpo se revelan y un latigazo de luz, atraviesa mis sentimientos, llamando a la puerta de mi razón, y en un caluroso impulso corro hacia la ventana, y al ver la magnitud del dolor humano, me visto de egoísta impotencia, y me digo… ¿y qué puedo hacer yo? Dejando para mañana la respuesta.

Día tras día, caía sobre mi alma la misma lluvia amarilla. Deseaba con todas mis fuerzas que el viento solano que abrasaba los impulsos de mi corazón dejándolo cauterizado, cesara. Deseaba que la sangre volviera a circular por sus ventrículos, dando vida a mis emociones…y poder llorar…. Lanzarme al vacío del socorro, y encontrarme.

El frío invierno que hiela la vida de las flores y el agua en los cristales, me hace retroceder y buscar cobijo en la comodidad del olvido, quizás esperando la luz de la primavera.

Y así, estación tras estación, he recorrido todos los caminos, contemplado todos los horrores y todas las injusticias, llorando a veces, amargamente…desde mi ventana.

En mi pobre vivir, busco la entrada de la herida, y me pregunto:

¿Alma, dónde estás?

Te he buscado en la fría noche.

Estoy en las puertas del invierno,

Y te necesito, para perdonarme.

 

María Luisa Heredia Castillejo 

 

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