Queridos lectores y lectoras, hoy mi artículo trata sobre una reunión a la que fui invitada.

Un grupo de amigas  se reunían en casa de una de ellas para merendar, y yo (por puro azar) también fui invitada. Comenté a mi jefa del periódico lo curioso de esta invitación, y ella muy sagaz me propuso escribir un artículo sobre lo que allí pasara.

Tengo que deciros, para mi gozo y el vuestro, que nunca había escrito con tanto placer y convencimiento.

Quiero compartir con todas y todos lo que sentí en aquella casa tan genuina y acogedora.

Su anfitriona una mujer madura, bella e inteligente, en ningún momento dejó que decayera el buen ánimo, favoreciendo con su conversación el bienestar y la atención de todas.

Después llegó una espléndida merienda que ella misma había preparado: una exquisita tarta de manzana, y un rico chocolate para acompañarla.

Acostumbrada yo, a otro tipo de eventos, aquel me sorprendió gratamente.

Me sorprendió la amistad la cordialidad el respeto y el buen trato que entre todas había.

Terminada la merienda pasamos a unos cómodos sofás y a una mesa aún más acogedora, donde el calor y los libros eran los reyes.

El invitado especial para la lectura de esa tarde era: Federico García Lorca. Qué decir de aquella tarde, de aquellos versos, de aquellas voces. Se leyeron poemas del Cancionero Gitano, y poemas de Poeta en Nueva York. Por último y por una voz muy especial, fue leído el poema Iglesia Abandonada. La voz junto al poema fue penetrando en mi alma, y hubo un momento en que la emoción subió por mi garganta y salió por mis ojos humedeciendo mi rostro.

Todas leyeron poemas, y en todas encontré, voces y emociones diferentes.

Me fui de allí con la mente y el corazón en vuelo y alegres, y sobre todo pensando, que mientras haya personas de este calado y poesía, habrá esperanza para el mundo.

María Luisa Heredia Castillejo