Una cálida herencia…

Su vejez es visible, pero también su fuerza y resistencia ante el uso de varias generaciones.

Antes de seguir adelante quiero poner en valor el respeto y el cariño por cualquier objeto heredado, (que pasando de mi  abuela a mi madre, y de mi madre a mí), y aún teniendo restañadas las heridas que el uso ha hecho en ellos guardan la forma, la prestancia y el albedrío de su existencia.

Hablo de una manta, de una sencilla y querida manta: que como un tesoro, guardo en mi arcón. Es blanca con dos listas azules en cada extremo. Ahora, (como si de una persona se tratara) solo queda su esqueleto: la urdimbre de cordones de lana que sostuvieron su cuerpo y su hermoso pelo de juventud.

De vez en cuando la aireo, la extiendo sobre mi cama y acaricio sus partes remendadas con unos bellos zurcidos, que en las partes más gastadas mi madre cosió.

Recuerdo el día, que sentadas en sillas de costura mi madre me enseñó a zurcir sobre esta manta. Oigo su voz diciéndome: coge una aguja más bien larga, enhébrala con un macillo doble de hilo blanco, y pásala por la parte gastada teniendo cuidado que las puntadas sean  iguales de grandes, arriba y abajo; y de esta manera (para mi embrujadora) mi madre me enseñó a “tejer”,  estos preciosos remiendos.

Pero hay algo más, que de mi madre y de este sencillo paño he aprendido, y que hoy puedo apreciar en todo su valor: la huella que nuestro paso por el tiempo deja en nuestros recuerdos y en nosotros mismos.  Esa es la herencia que quizás algún día, alguien, removiendo nuestro arcón, puede encontrar; una carta de amor, un poema…o una vieja manta zurcida…y pasando la mano por el bello remiendo, sentirá la conexión que tiene con el pasado…sonreirá agradecida al pensar, que es la misma que ella dejará en el futuro.

Mª Luisa Heredia

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