Luna de julio…

Era allá por el año 1808 se libraba en España la guerra de la Independencia contra Napoleón. Los franceses entraron por el Norte arrasando todo lo que encontraban a su paso. Conquistando batalla tras batalla, querían ser los dueños de España. Y llegaron a Bailén, pueblo pequeño, de 1500 habitantes, pero muy orgulloso.

En ese pueblo vivía María Bellido, mujer desenvuelta, atrevida y alegre. Tenía 41 años.

Era guapa de tez morena y unos ojos negros como noche sin luna, que podían embrujar con una mirada, y esa fue su perdición. No era muy alta, ancha de caderas, por lo que le pusieron el mote de “culiancha”.

Era un pueblo tranquilo, la vida de sus habitantes transcurría sin grandes sobresaltos, los tiempos los marcaban las fiestas: La Navidad, la Romería de la patrona, la Semana Santa y las cosechas. En invierno, con los hielos en las manos cogían la aceituna y en verano de calor tórrido , segaban el trigo bajo el sol, a más de 40 grados. No había Domingos; todos los días eran iguales. Las gentes eran duras, las inclemencias del tiempo los habían curtido. Por eso cuando llegaron los franceses, no se resignaron.

María era una más, activa, valiente. Sólo había ido a la escuela lo suficiente para leer y escribir pero sabía desenvolverse muy bien ante las situaciones difíciles.

El día 19 de Julio de dicho año, salió María de su casa muy temprano camino del lavadero, con su ropa en un hatillo, para hacer la colada pero antes de llegar se encontró con su vecina que la puso al día de los acontecimientos.

– ¿Dónde vas María? ¿No te has enterado que han llegado las tropas francesas del General Dupont con 20.000 soldados?.

– No he oído nada, ¿qué me dices?

– Si, y la División de Andalucía del General Reydin que ya estaba en las últimas. Ha reclutado la flor y la escoria de la Nación. Expertos cazadores, contrabandistas, granujas y vagabundos, todos se han convertidos en guerreros para defender España, para impedir que los franceses sigan avanzando.

– No tenía ni idea

María ,tira la ropa y le dice:

– Vamos rápido a llamar a todas las puertas para que vengan todos los que puedan del pueblo, las mujeres, los ancianos, y hasta los niños, a llevar agua a los soldados, porque los franceses se han apoderado de todos los pozos menos de la noria de la huerta de San Lázaro, vamos allí a recoger el agua. Tú ve delante que yo voy a dejar la ropa. Allí nos vemos.

Pero el azar quiso que se encontrara con un soldado francés, y cambió todo. Estaba desvanecido en la cuneta, le llamó la atención

– Madam, madam, sil vou ple, agua, agua.

Hacía tanta calor que costaba respirar. María al pronto se asustó pero era valiente y cuando vio la mirada suplicante de aquel buen mozo se acercó. Sus miradas se cruzaron.

– Agua, agua…

María se compadeció, le dio agua de su cántaro, le mojó la cabeza y la cara. Se quedaron los dos embrujados el uno del otro. Tenían imán en sus miradas, sus profundos ojos negros como el azabache, no los podían apartar. Por fin él le dio las gracias:

-Merci beaucoub

De repente el soldado se incorporó, y en su deficiente español le dijo:.

– Lo siento pero no la puedo dejar ir

Le ató las manos a la espalda, y la obligó a decirle dónde  la estaban esperando los del pueblo para llevar el agua a las tropas del Cerro del ahorcado. La llevó por toda Sierra Morena hasta que encontraron una mina. Allí se refugiaron del abrasador sol. Ella le reprochaba que la detuviera; él se justificaba que no le quedó más remedio.

Estuvieron hasta que las sombras fueron desvaneciéndose en la oscuridad de la noche, y apareció entre los árboles la luna llena radiante. Esa Luna de Julio, esa noche azul, ese perfume embriagador a romero, a lavanda y ese apuesto soldado que la embrujó para siempre…

María se quedó con el amor de su vida, y las tropas amigas sufrieron los estragos de la terrible sed que los hizo caer en manos del enemigo.

Los franceses entraron triunfantes en Bailén y siguieron ganando batallas y conquistando pueblos. José I, hermano de Napoleón, siguió en Madrid como Rey de España, que quedó sometida bajo el dominio francés con todas sus consecuencias.

 

Rosa

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