PRIMERA PARTE
Antonio era guarda jurado de unos grandes almacenes y su trabajo consistía en hacer siempre turno de noche. El trabajo no le disgustaba demasiado, era tranquilo, pero se aburría recorriendo los pasillos largos de ese centro comercial y también, de las noches en vela. Eso lo llevaba peor, porque dormir de día, no es igual que hacerlo de noche. El día es para vivirlo-pensaba Antonio- y yo no vivo, porqué me paso muchas horas en la cama cuando hay luz y cuando hay oscuridad, vivo, pero encerrado en una cárcel, llena de cosas bonitas, pero una cárcel, al fin y al cabo y tampoco puedo disfrutar de nada, porque nada es mío.
Esa noche se encontraba cansado. Había tenido que dejar el coche en el taller por un pequeño problema y tuvo, que ir al trabajo en autobús. Él vivía en una pedanía a las afueras de la ciudad y aunque estaba muy cerca de ella, el autobús, no llegaba hasta allí, tenía que recorrer un trayecto caminando.
Cuando terminó la jornada se encontraba exhausto y solo de pensar que tenía que caminar, se ponía peor de lo que estaba.
El autobús llegó puntual. Lo podía coger en la misma puerta, lo malo era el camino hasta llegar a su casa.
Esa mañana, amaneció tan nublado como una noche cerrada. De pronto sintió escalofrío. Claro-pensó- es normal que haga frío, estamos ya en las puertas de noviembre.
El interior del bus estaba vacío; solo una sombra en el fondo ocupaba un asiento, pero no le pudo ver la cara, estaba muy oscuro. No le dio importancia, él solo quería llegar a su casa para descansar.
¿Hacia dónde va señor? Preguntó el conductor. Hasta la última parada, respondió Antonio subiéndose el cuello de la chaqueta. ¿Hace bastante frio verdad? Le volvió a decir el conductor. Sí, dijo sin ningún entusiasmo, él solo quería descansar en su cama calentito. El día se estaba haciendo notar y al fondo se divisaba ya el término de la ciudad y a su vez unos cipreses muy altos, que era la señal del final de su camino. Siempre le daba escalofríos cuando pasaba por allí. Cuando iba con su coche pasaba rápido, pero ahora, tenía que ir al ritmo del autobús.
¡Hasta aquí llegamos! -Dijo el conductor- me esperaré unos minutos para ver si viene alguien, aunque con este tiempo lo dudo. El trasiego de personas será después por el día que es hoy.
En ese momento recordó, que era el día de Todos los Santos y esa noche sería la Noche de Difuntos.
Él no era miedoso, pero al recordar que en el interior quedaba una persona, se volvió para decírselo al conductor y no vio a nadie en él…qué estaba pasando, ¡se estaría volviendo loco!
No le dio importancia, estaba demasiado cansado, solo quería llegar a su casa para dormir. El camino se le hizo más largo de lo normal, era como si algo o alguien tirara de él y no lo dejara avanzar.
Por fin llegó y tras darse una ducha se dispuso a meterse en la cama. Entonces pensó en la vida de mierda que llevaba. Sin una mujer que lo cuidara y viviendo en aquella casa, que era de sus padres y él la heredó, después de la muerte de ambos en extrañas circunstancias. Todavía estaban investigando las causas. Fue todo muy extraño, encontrarlos muertos en la puerta del cementerio, los dos cogidos de la mano.
Pero él no tenía tiempo para eso, para buscar una mujer y menos con ese trabajo y viviendo allí en soledad, que aunque la pequeña casa estaba bien cuidada y bastante confortable, no era sitio para una mujer joven.
Él rondaba ya los cuarenta, pero hasta ahora no había necesitado a ninguna mujer, ni siquiera cuando se quedó sin sus padres. Pensando en todas esas cosas se quedó dormido.
Ese día, tuvo sueños extraños. Soñó que lo perseguían por un camino oscuro, una persona muy alta y con una guadaña en la mano. Se despertó asustado, aunque no le dio mucha importancia, porque desde que murieron sus padres le ocurría lo mismo durante esas fechas, el sueño se repetía.
Hacía frío y había una niebla inmensa. Un escalofrío recorrió su espalda cuando miró por la ventana. Estaba todo oscuro y eran las tres de la tarde. Hasta las nueve que cerraban los almacenes no entraba a trabajar, tenía mucho tiempo todavía, pero algo en su interior, lo tenía intranquilo.
Sonó el teléfono. ¿Señor Antonio? ¿Sí? Contestó. Soy del taller mecánico, siento decirle que el coche no lo tendrá listo para esta tarde, la pieza se ha retrasado y no ha llegado todavía.
Eso era un contratiempo para él, porque otra vez tendría que coger el autobús y no le gustaba nada.
Se sentía observado en su propia casa, aun sabiendo, que estaba solo. La tarde seguía oscura, con una niebla inmensa y decidió salir antes de la hora, cogería el autobús antes de que fuera de noche.
Atravesó la distancia de camino hacia el autobús con una sensación extraña. Notaba alguien a su lado, pero no veía nada…
Al llegar a la parada tuvo que esperar un rato, todavía faltaba unos minutos para la llegada del autobús. Entonces descubrió el trasiego de coches que se dirigían al cementerio y se dio cuenta de que ese año no les había llevado flores a sus padres, ¡Se le había olvidado! De pronto escuchó una voz a su espalda. ¡Buenas tardes! Antonio se volvió extrañado, porque no había visto acercarse a nadie, pero se quedó maravillado cuando comprobó que era una mujer preciosa y le sonreía.
Su corazón latía a mil por hora, nunca le había pasado nada igual. ¡Claro! Qué nunca había tenido ocasión de pensar en mujeres, aunque sabía, que esa era la ilusión de su madre…
SEGUNDA PARTE
El autobús iba lleno de gente. El día era especial y muchas personas visitaban a sus seres queridos en el cementerio y esa era la última parada. Se bajó todo el mundo, dispuesto a caminar los pocos metros que faltaban para el cementerio.
Antonio subió a él y la mujer misteriosa también. Comprobó que ella lo seguía y se sentó a su lado. Él estaba un poco nervioso por la proximidad de ella y miró por la ventana para relajarse.
Ya era de noche, en esa época del año anochecía pronto y el cementerio se divisaba al fondo, todo iluminado con velas.
Era un espectáculo fantasmal. Sintió miedo y más, cuando vio salir de él, diferentes figuras caminando muy despacio, vestidas de blanco. Se volvió para comentarlo con su compañera de viaje, pero no había nadie a su lado. Se quedó paralizado y un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿A dónde ha ido la mujer? Preguntó al conductor, ¿Qué mujer? -Contestó el hombre- yo no he visto a nadie, usted se montó solo. ¡Qué le estaba pasando! ¡No lo podía entender! Estaba deseando llegar a su trabajo, aunque en el fondo sabía, que ésa noche sería especial.
Al llegar a su destino intentó relajarse y se fue a su garita, que también era compartida con el guarda jurado de día.
Qué te pasa Antonio, tienes mala cara y vienes temprano. ¿Estás enfermo? No, Contestó, estoy nervioso y no sé por qué. Será la noche, esta noche es especial y no me gustaría estar aquí solo toda la noche. Seguro que vendrán a hacerte compañía algunos difuntos,-le dijo el compañero- pásatelo bien con ellos, dicen que son muy divertidos cuando salen de sus tumbas. JAJAJAJA…
A él no le hizo nada de gracia esa idea del compañero, porque en el fondo sabía, que algo pasaría esa noche en esos grandes almacenes.
Como era temprano no se quitó su ropa todavía y decidió salir a curiosear por los pasillos un rato. Todavía faltaban dos horas para comenzar la jornada y ya tendría tiempo de aburrirse-pensó- estaba curioseando unos colchones, porque a él le hacía falta comprarse uno el que tenía estaba ya bastante usado y se hundía por el centro. De pronto la vio. Era ella, la mujer del autobús. Estaba junto a él, reflejada en el escaparate. Se volvió para hablarle pero, cuál fue su sorpresa, cuando comprobó que a su lado no había nadie, aunque seguía allí reflejada.
Se le erizó la piel y salió corriendo hasta llegar a su puesto de trabajo. Cuando el compañero llegó para hacerle el relevo, él ya estaba preparado para comenzar su jornada. Pero esa noche no era como todas. Sentía desazón y curiosidad. ¿Quién sería esa mujer? Y lo más incompresible era, que al parecer no la veía nadie nada más que él.
Receloso, salió al pasillo y comprobó que todo estaba en orden. Miró las luces las puertas, los corredores…y decidió irse a descansar un poco. Puso la alarma como todas las noches y con bastante parsimonia, se fue a su habitación. En una hora haría la siguiente ronda.
Iba pensando en sus cosas y en la mujer misteriosa y de pronto le llamó la atención una tenue luz. ¿De dónde salía ese reflejo?
Se fue acercando y la luz no se hacía más intensa, al contrario, se difuminaba más y más. Entonces comprobó que el reflejo salía de su habitación.
¿Se habría dejado la luz encendida? Pero esa no era la luz de siempre, era distinta. Se acercó receloso…abrió la puerta que estaba entre abierta y vio una cabeza de mujer, de espaldas y con un pelo rubio precioso. La mujer se volvió y pudo comprobar que era sus dama, la dama del autobús.
Se enamoró al instante. Nunca había visto una belleza igual. Tenía unos ojos azules como el cielo, sombreados de unas largas pestañas y una cabellera larga y sedosa, le caía en los hombros desnudos. Vestía una túnica blanca y en la silla de al lado, descansaba un abrigo o algo similar a una capa.
No pudo articular palabra. No podía, estaba hipnotizado con tanta belleza. La dama se acercaba a él, lentamente y aunque la razón le decía que tenía que preguntar lo que hacía allí, no se atrevía, por si se esfumaba, como en otras ocasiones.
Ella se acercó a su oído y le susurró unos versos:
Que ninguna vida viva para siempre,
que los muertos nunca resuciten;
Sólo el sueño eterno
en una noche eterna.
Antonio no sabía que decir ni cómo reaccionar. La mujer lo cogió de la mano y salieron al pasillo. En todos los escaparates se reflejaban rostros de otras personas y todas, iban vestidas de blanco y sonreían.
Se dirigían a un sitio especial, era el escaparate de los colchones que había visto por la tarde Antonio. Había una cama preparada, toda vestida de blanco, lo único que resaltaba era una guadaña bordada en medio de la colcha. Antonio no veía nada, solo a esa mujer preciosa que lo tenía hechizado.
La noche fue intensa. Se sentía observado per no le importaba para nada. Era feliz. Estaba experimentando sensaciones jamás vividas y eso era lo que importaba en ese momento.
Sé que los muertos son sordos
y no pueden escuchar el canto de mil ruiseñores.
Sé que los muertos son ciegos
y no pueden ver al amigo que cierra con horror sus grandes ojos,
y son ingeniosos.
Esas palabras susurradas en el oído a Antonio lo volvían loco, lo dejaba embriagado y en éxtasis. Antonio no articulaba palabra, pero tenía la sensación de que todos sus pensamientos los conocía esa mujer y todos los ojos que los observaban.
Él sabía, que esa noche estaba descuidando su trabajo, no había hecho ninguna ronda por los grandes almacenes, pero no le importaba para nada, porque había pasado la mejor noche de su vida y había encontrado el amor.
No sabía la hora ni le importaba para nada. Cuando la mujer se levantó de la cama y se vistió con su túnica blanca, la siguió como un corderito. Cuando la mujer le tendió la mano, él se la tomó como un sonámbulo y la siguió hasta la puerta.
Todavía era de noche y la niebla persistía. Esa niebla que estuvo todo el día sin esfumarse, como si fuera el escenario de una función maléfica. De pronto, entre la bruma, apareció un autobús. Estaba lleno de gente y vestían todos de oscuro y bien abrigados.
Él también lo estaba, aunque no se acordaba de haberse vestido antes de salir, Se subieron los dos en el autobús y éste se puso en marcha.
Antonio, seguía sin saber la hora, pero no le importaba. Solo tenía ojos para esa mujer, que seguía junto a él y de vez en cuando, le susurraba frases de amor al oído.
De pronto se iluminó todo y eso le llamó la atención. Miró al exterior por la ventanilla y comprobó que el cielo estaba rojo, como de fuego y al fondo se divisaban los cipreses del cementerio. Estamos llegando a casa-pensó- y se puso contento al comprobar que en esta ocasión lo acompañaba una mujer y ya no estaría solo en ella, ya tenía compañera como su madre quería.
¡Su madre! En ese momento la recordó y se sintió culpable, tenía que llevarle flores…
TERCERA PARTE
Conforme se acercaban a la parada, su corazón latía con más fuerza y los cipreses del cementerio, los veía diferentes. Ya no eran verdes como siempre los recordaba, ahora eran negros y más lúgubres. Todavía era noche cerrada, aunque no podía apreciar casi nada, porque el cielo continuaba estando rojo.
El autobús no se paró y continuó derecho al cementerio. A él, le extrañó entonces y el silencio también. Se dio cuenta que nadie hablaba, porque siempre que estaba lleno de gente, se escuchaban voces por todos lados, que alguna vez lo molestaban.
¡Señor! ¡Señor! Se ha pasado la parada-le gritó al conductor- pero éste no le hizo caso- volvió a gritar y el conductor seguía impasible. Enfadado se levantó dirigiéndose a él.
Le tocó el hombro y se quedó petrificado, era todo hueso. Se agachó para verle la cara y allí no había cara, era un esqueleto, una calavera sin ojos, solo cuencas vacías y una mueca de sonrisa en unos dientes amarillentos.
Se volvió a los viajeros y lo que vio lo llenó de terror. ¡Todos los pasajeros del autobús eran calaveras! Vestidas de negro y con una guadaña entre sus manos y todas tenían la mima expresión.
Se fue hacia su asiento para contárselo a su amada, pera allí solo había otra calavera, pero esta tenía una túnica blanca y en sus manos, en vez de guadaña, un ramo de flores. Se las dio diciéndole ¡son para tu madre! que te está esperando.
Despavorido quiso salir de allí, pero no podía moverse. Miró al exterior para encontrar un sentido a todo eso y entonces comprobó, que estaban ya en las puertas del cementerio.
Vio cómo las puertas se abrían lentamente y una multitud de cadáveres salían de él. Se frotó los ojos, no podía ser cierto todo lo que estaba viendo. ¿Sería un sueño?
Las puertas del autobús se abrieron y los cadáveres se agruparon junto a él. Éstos no eran calaveras, eran muertos, como si en ese momento hubieran salido de sus tumbas. Unos tenían los ojos saltones o colgando. A la mayoría le faltaba algún miembro y casi todos, estaban putrefactos y caminaban con parsimonia, arrastrando los pies, o lo que quedaba de ellos.
No sabía el porqué, pero se dejaba llevar. Era una visión dantesca, un grupo de muertos vivientes entrando a un cementerio, donde él se encontraba en medio de ellos y un ejército de calaveras los escoltaban, con guadañas entre las manos.
Él estaba acostumbrado a ir al cementerio a visitar la tumba de sus padres y lo conocía bien. Siempre estaba bien cuidado y lleno de flores. Había plantas sembradas por todos los caminos, proporcionando una sensación de paz a todos los visitantes, pero ahora…
Todo era diferente. El camino era el mismo, él sabía a dónde se dirigían, pero el paisaje era diferente. Tumbas abiertas por todas partes. Flores esturreadas por aquí y por allá. Muertos caminando por todos los caminos y al final de todo eso, la tumba de sus padres.
Estaban allí. Sentados en una losa de mármol, la misma que cubría su lápida. Su madre sonreía y le echaba los brazos para abrazarlo. Antonio no salía de su asombro y de pronto descubrió las flores que llevaba entre sus manos. Se las ofreció, pero su madre las rechazó diciendo. No, no son para mí, son para que se las ofrezcas a Rosana. ¿Quién es Rosana? Dijo Antonio. La novia que te he buscado para que pase contigo toda la eternidad, no podía soportar verte tan solo. En ese momento una bella mujer se acercó a él y pudo comprobar, que era su amada. ¡Y no era una calavera! Seguía siendo una mujer preciosa, la misma que estuvo con él toda la noche.
Los padres de Antonio se levantaron de su losa y acercándose a él lo abrazaron con amor. Era muy extraño, que ellos estuvieran bien como si no llevaran muertos tanto tiempo. Todos los demás hicieron un círculo dejando en medio del mismo a los padres y a él, junto con Rosana. Su madre se acercó a ellos diciendo. ¡Vete con ella y nosotros ya podremos descansar tranquilos! porque ya no estarás solo, tienes compañera para toda la eternidad.
Como hipnotizado, la tomo de la mano y comenzaron a caminar lentamente.
Los padres de Antonio se fueron deteriorando y se convirtieron en lo que eran ¡Muertos! Pero eso Antonio, no lo podía ver, él seguía de la mano de su amada ¡iban hacia su casa!
El cementerio cobró actividad y se fue transformando. Todos los muertos se fueron a sus tumbas y el ejército de calaveras, a sus lugares, todos menos una, que iba escoltando a la pareja de enamorados con su guadaña.
El autobús lo esperaba en la puerta y cuando subieron a él, los llevó hasta su casa.
Ya estaba amaneciendo y los dos pasaron al dormitorio. Mientras la calavera los miraba por la ventana impaciente, como esperando el momento oportuno. Y con los primeros rayos del alba, segó su vida con su guadaña y con sumo cuidado emprendieron los tres, camino al cementerio, donde vivirían el sueño eterno para siempre…
Ese día por la tarde, sonó el teléfono en casa de Antonio. Era el taller mecánico donde estaba el coche de Antonio. No lo cogía nadie y después de insistir varias veces, decidió llamar a los grandes almacenes. ¡No sabemos nada de él desde ayer! desapareció sin dejar rastro y hoy no ha venido a trabajar.
Todo era muy extraño él nunca haría una cosa así. Fueron a su casa y sí, lo encontraron.
En su cama con un ramo de flores junto a él y una gran sonrisa en su cara. Había muerto de un ataque al corazón, según dijo el médico.
Pero lo que nunca sabrían es que ese ataque lo produjo una mujer que vino de entre los muertos, para llevárselo con él y así poder vivir juntos toda la eternidad.
Y todos los años en esa noche, se reunían todos los muertos en el cementerio y celebraban un aniversario.
El día en que una madre quiso que su hijo estuviera junto a una mujer hermosa y nunca más, sintiera la soledad de la ausencia.
Antonio, encontró la paz…
FIN
María López Moreno
Un relato bien construido. Acorde con las fechas que nos vienen. La intriga a estado ahí hasta el final. Ha habido momentos donde el lector queda sobrecogido con las sombras y demás figuras fantasmales que aparecen. Felicidades Mari .
Enhorabuena.
Maria , como todo lo que escribe te ha quedado preciosa esa noche de difuntos, ese recorrido tan fúnebre, de una gran intriga