El milagro de la Estrella…

Alejandro, pasaba las vacaciones en un pueblecito pesquero, donde vivían sus abuelos.

Tenía muchos amigos y durante el verano se juntaban.  Todos venían de distintas ciudades a pasar también las vacaciones de verano y se lo pasaba muy bien. Pero a él, las vacaciones que más le gustaban era las de Navidad, porque así no tenía que compartir a su amiga Sara con nadie.

Sara vivía en ese pueblo con sus padres de forma permanente, porque eran pescadores. Alejandro pensaba que era la niña más guapa que había visto nunca. Sara tenía el pelo pelirrojo como el color del fuego y los ojos muy grandes del color de mar. Seguro que los tiene de ese color porque mira mucho hacia el mar, sobre todo cuando su padre está pescando – pensaba Alejandro-.

En verano jugaban con la pandilla y con una pelota de playa, que el abuelo de Alejandro, que se llamaba Miguel, les guardaba en el faro.

Miguel cuando era más joven trabajaba en él, guardándolo y alumbrando a los pescadores cuando se le hacía de noche, para que no se estrellaran con las rocas que había cerca del puerto, sobre todo en las noches oscuras y de tormenta.

Las vacaciones de Navidad eran estupendas para Alejandro y Sara.  Jugaban con el abuelo Miguel en la playa, recogían conchas de muchos tamaños y luego en el faro formaban  un pequeño Belén con ellas. El faro ya no funcionaba y lo tenían ellos para jugar, cuando el tiempo no les permitía hacerlo al aire libre.

En casa de los abuelos también hacían un Belén, pero éste tenía las figuras de madera, todas hechas por su abuelo y Alejandro estaba muy orgulloso de tener un abuelo tan listo. Pero ese año, las cosas iban a ser diferentes. El abuelo Miguel había muerto hacía dos meses y ya no podría pasar las navidades junto a él, como todos los años.

Su papá le explicó, que se lo había llevado Jesús, y él en su corta edad no entendía el por qué.

La Navidad se acercaba y los papás de Alejandro decidieron pasarlas con la abuela Isabel, en el pueblo. A Alejandro le dio mucha alegría, pero de pronto recordó, que su abuelo ya no estaría con ellos.

Su padre notó su tristeza, y tomándolo suavemente entre sus brazos le dijo. No estés triste, porque aunque tú no lo veas, el abuelo te estará viendo dese el cielo.

¿Cómo lo hace papá? Preguntó Alejandro.

Tú, cuando miras al cielo por la noche, ves las estrellas ¿verdad?

Sí, contestó Alejandro.

Pues todas ellas son los ojos de los abuelos que se han ido al cielo y desde allí miran a sus nietos.

Alejandro se quedó un poco pensativo.

¿Cómo sabré yo qué estrella es mi abuelo? Su padre se encogió de hombros y dijo. Lo sabrás cuando llegue el momento.

Al día siguiente sus padres prepararon todo para el viaje.  Alejandro pensaba en Sara y en su abuela Isabel, porque tenía muchas ganas de verlas. También pensaba en los dulces tan ricos que preparaba la abuela Isabel y en los días que pasaría con su amiguita.

Para ir al pueblo, siempre tardaban un par de horas y él se distraía mirando el paisaje, hasta que divisaba el puente. Esa era la señal de que el pueblo estaba cerca. ¿Cuántas veces habían paseado por sus alrededores con el abuelo Sara y él?

El puente era precioso, y aunque el riachuelo que pasaba por debajo ya se había secado hacía mucho tiempo, el paisaje les gustaba mucho a los tres y se pasaban horas sentados o paseando por allí.

La llegada fue triste. Aunque lo estaba esperando Sara, él se fijó más en las lágrimas de su abuela al abrazar a su padre. Los niños también se abrazaron y enseguida se pusieron a contarse sus cosas.

Sara, tú que estás acostumbrada a mirar el cielo ¿has visto alguna estrella nueva?

No ¿Por qué?

Porque esa sería mi abuelo…

La víspera de Noche Buena, el padre de Sara salió a pescar y la niña se pasó todo el día con Alejandro y su familia con el permiso de su mamá. Los niños se lo pasaron muy divertido. Hicieron dulces con la abuela Isabel. Montaron el belén y por la noche subieron al desván  a contemplar las estrellas.

Sara, ¿cual de esas estrellas piensas, que puede ser mi abuelo?

La más bonita que veas y la que más brille- contestó la niña.

Si, ya la veo, es aquella que me está guiñando un ojo. Las estrellas no tienen ojos- dijo Sara.

Si pero yo sé que es él, por su brillo.

El día de Noche Buena amaneció nublado. El mar estaba gris y muy revuelto. Cuando la madre de Sara fue a recogerla, se le notaba la preocupación.

Ya tenían que haber llegado los pescadores, el mar está muy malo y los estamos esperando desde hace unas horas- dijo la madre de la niña.

Todo el pueblo veía con gran temor, que la noche estaba cada vez más cerca y el barco pesquero no aparecía por ningún sitio.

Todo el pueblo salió a la playa. Sabían que si se hacía de noche  el barco no podría ver nada, porque no había ni luna ni estrellas, por el temporal tan fuerte y la noche tan oscura.

El faro no funcionaba y para llegar hasta el puerto había un montón de rocas, en donde podría chocar un barco y hundirlo.

Esas historias todo el mundo las conocía y muy bien, porque ya había pasado en otras ocasiones.

Sara estaba muy triste. Era Noche Buena y su papá estaba en el mar y no sabía lo que le podía haber pasado. De pronto se acordó del abuelo de su amiguito.

¿Alejandro, por qué no le pides ayuda a tu estrella? Seguro que ella lo puede hacer…

El niño se quedó muy pensativo. ¿Cómo lo podría hacer si en el cielo no se veía ni una estrella?

Cerró los ojos para que Sara no lo viera llorar, él no podía hacer nada, solo rezar. Tomó a Sara de la mano y se fueron a su casa para pedirle a Jesús en el Belén que ayudara al papá de Sara.

De pronto una pequeña luz se coló por la ventana. Los niños no sabían qué podía ser aquello, pero la luz se movía en círculos alrededor de ellos incitándolos a que salieran al exterior.

Así lo hicieron y vieron que esa luz se dirigía hacia el faro.

La siguieron y se encontraron con la puerta abierta. La luz se apagó, pero ellos decidieron subir por las escaleras del faro, como tantas veces habían hecho para jugar allí.

Al llegar arriba se dieron cuenta del peligro que corrían, por el viento tan fuerte que hacía, pero a pesar de todo Alejandro decidió salir fuera, su corazón se lo pedía.

Sara lloraba, y él con voz cálida le decía. No tengas miedo, mi abuelo está con nosotros!!

Alejandro pensaba en Jesús, en su abuelo, en el padre de su amiga y todos esos pensamientos juntos le daba fuerza y el miedo desaparecía.

Era horrible la fuerza del mar, las olas tan altas y el movimiento de éstas.

A lo lejos se escuchaban las voces de los habitantes del pueblo y se veía el resplandor de las hogueras, que habían hecho, con la idea de dar un poco de luz.

El niño escuchó en su corazón la voz de su abuelo y le dijo que mirara al cielo.

Así lo hizo y ¡oh! Milagro, una estrella pequeña pero muy brillante, se veía en el horizonte y se acercaba poco a poco hacia ellos.

Se iba haciendo cada vez más grande y brillante. Desde la playa la gente que había en ella, no salía de su asombro. La estrella se dirigía hacia el faro.

Los niños no salían de su asombro. La estrella se posó en lo alto del faro y comenzó a extender su luz por todo el mar, alumbrándolo como si fuera de día. A lo lejos se divisaba un barco pequeño, que se debatía por tenerse firme entre las olas. La luz lo alumbró y entonces ocurrió el milagro. El mar se calmó y el barco pesquero avanzaba seguro hacia su destino.

Cuando llegaron al puerto los pescadores, todos lloraban y abrazaban a sus seres queridos, comentando de donde habría podido salir aquella luz milagrosa. Se fueron todos muy contentos para sus casas y entonces fue cuando se dieron cuenta de que los niños no estaban con ellos.

¿Dónde podrán estar? Preguntaban todos muy preocupados. El papá de Alejandro tuvo un presentimiento y les dijo a todos. ¡Vamos hacia el faro, puede que estén allí!!

Los niños estaban acurrucados en un rincón, cogidos de las manos muy juntos para darse calor.

Contaron su historia y sus padres los abrazaron. Comprendieron que la fe y la inocencia de unos niños habían hecho que esa Noche Buena no se convirtiera en tragedia.

Esa noche todo fue fiesta y algarabía en el pueblo, y en todos los corazones había felicidad.

Pero entre todos ellos dos corazones pequeños, sabían que esa noche los había unido para siempre, Alejandro supo entonces que Sara y él siempre estarían juntos.

El día de Navidad amaneció en calma, apenas quedaban nubes en el cielo y el día iba a ser muy luminoso. Alejandro sentía algo especial en el fondo de su corazón. El recuerdo de su abuelo no se le iba a ir nunca de él.

Al bajar  las escaleras del piso superior de la casa, lo primero que hizo fue visitar el Belén. Estaba distraído mirando las figuras hechas por su abuelo, cuando descubrió una que le llamó la atención. Estaba seguro de que antes no se encontraba  allí. Un faro de madera con una luz muy reluciente, se hallaba muy cerca del portal de Belén, alumbrando al niño Jesús, el cual le sonreía. Entonces sintió de verdad la presencia de su abuelo y supo que siempre, siempre, lo tendría guardado en su corazón.

 

María López Moreno.

 

6 comentarios sobre “El milagro de la Estrella…

    1. Muchas gracias a todas por vuestros comentarios!!
      Cómo podéis ver, también escribo cuentos de Navidad tiernos, en éste no hay hachas!! Jajajaja jiiji

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