Amor incondicional

Capítulo I

ELLA

Ese día me dirigía a la cafetería como todos los días. Era mi hora del desayuno y siempre lo hacía en el mismo lugar. No sé si era por costumbre, o porque en ella me encontraba todos los días a un chico, que me gustaba mirar.

Era guapo, aunque para él yo no existía. Nunca me miraba…

La cafetería era también librería y yo, me hacia la interesante siempre con un libro mientras me tomaba el café, pero nunca leía, solo lo miraba.

Yo, me hacía la distraída y lo observaba por el rabillo del ojo, pero él siempre estaba leyendo un libro.

Ese día al pasar tropecé con él en la zona de los libros. Aunque él seguía lo mismo, sin enterarse de mi existencia; me miró, aunque fue algo molesto, porque yo pensé, que estaba pensando, en lo torpe que era por tropezar con él. Pero pude ver sus ojos de cerca y en ese momento lo supe. Supe que sentía algo más fuerte que una simple atracción.

El corazón me latía a mil por hora y mi cara, se puso roja como la grana. Pensé que era tonta, que en pleno siglo XXI debería de ser más liberar y lanzarme yo a él, como muchas amigas mías lo hacían con otros chicos…

Pero no pude. Me sentí cohibida ante esos ojos azules, que no expresaban nada, quizá algo de burla, al verme tan azorada delante de él.

Entonces lo supe. Supe que estaba enamorada. Supe que iba a ser mi amor eterno, sin conocerlo, sin saber su nombre, sin conocer el sonido de su voz, sin saber nada de él, lo supe…

El amor es así. Te das cuenta un día de que hay una persona que te atrae de tal forma, que cuando quieres descartarlo de tu vida, ya no puedes. Incluso sabiendo, que quizás esa persona nunca se fije en ti.

A mis 18 años, era la primera vez que sentía esa sensación. Yo había tenido amores adolescentes y había pensado que eran los eternos, los que serían para siempre. Pero esa mañana supe que no. Esa mañana conocí el amor, el primer amor, aunque ahora tenía que saber si algún día seria correspondido. Eso sería una tarea de mujer enamorada. Yo no me rendía tan fácilmente y tendría que llamar su atención. ¿Pero cómo? Lo consultaría con la almohada…

CAPÍTULO II

ÉL

Cuando ese día tropecé con ella en la zona de los libros de la cafetería, me sentí morir. Me seguí haciendo el interesante, como si no la hubiese visto nunca, pero solo su olor, ese olor a fresco, que emanaba de su cuerpo, me hizo estremecer.

Yo todos los días la miraba sin que ella se diera cuenta. Siempre estaba con un libro, igual que yo, pero mis ojos aunque disimulados, estaban prendidos en ella. ¿Cómo me gustaría saber lo que siente? Pero para eso tengo que tener valor para acercarme a ella. Yo, que soy tan liberal y nada tímido y ella me cohíbe. La veo desde mi mesa todos los días cuando llega. La miro, mientras pide su café y recoge el libro que sigue a diario, pero siempre, mientras ella no se da cuenta. Pienso que no sabe ni que existo…

Pero yo la amo y tengo que sacar el valor para decírselo. ¿Pero cómo lo hago? ¿Cómo le digo que me enloquece el sonido de su voz? O su forma de andar, o su pelo rubio y sedoso, o sus ojos soñadores. Sé que no lee demasiado cuando está aquí en la cafetería. Se queda ensimismada algunas veces, puede que esté enamorada y lo recuerde en la distancia.

Solo de pensar en que pueda querer a otro, me pone enfermo, pero nunca lo podré saber, si no me lanzo…

De mañana no pasa. Tengo que pensar algo. Ella tiene que saber que existo. ¿Pero cómo lo hago? ¡Le puedo escribir una poesía! No, demasiado cursi. En pleno siglo XXI. Ella es bastante jovencita o a mí me lo parece y yo ya tengo unos cuantos años más, ya tengo 20 años y no es la primera chica que abordo, pero nunca me había pasado esto.

¿Me estaré volviendo gilipollas? Será el amor que nubla la mente.

Le escribiré una nota en una servilleta y se la meteré en el libro que coge todos los días. Observaré su reacción y entonces lo sabré.

Pero tengo miedo. Miedo al rechazo o lo que sería peor, a su risa burlona de adolescente, pero me arriesgaré… Mañana lo sabré…

Capítulo III

AUSENCIAS

Cuando Susana salió ese día de la cafetería, no se podía ni imaginar la sorpresa que le esperaba en su casa. Ella no tenía madre y vivía sola con su padre. En cuanto pasó por la puerta, el padre le dijo autoritario. ¡Haz las maletas, porque nos tenemos que ir unos días!

Susana se sorprendió mucho, pero cuando su padre le conto los motivos, lo comprendió.

El padre era diplomático y lo trasladaban a otra ciudad. Por eso tenía que ausentarse unos días para ir a ver la casa nueva. Su padre la necesitaba y solo iban a ser unos cinco días. Después volvería, porque tenía que terminar el curso y hablar con su amor en la cafetería, estaba decidida y aunque tuviera que irse a otra ciudad, él, tenía que saberlo.

El día que volvió, lo primero que hizo fue ir en su busca. Estaba feliz. Se había aprendido de memoria todo lo que le tenía que decir y estaba decidida a quedarse allí con él en su ciudad y visitar a su padre los fines de semana. Ella ya podía decidir, tenía ya los 18 años cumplidos y era mayor de edad…

Cuando cruzó el umbral de la cafetería, el corazón le latía muy fuerte. Miró alrededor y no lo vio en su mesa de siempre. La mesa la ocupaban otras personas y ella estuvo deambulando la mirada por todo el lugar.

La camarera era la misma. El mostrador tenía el mismo tono gris de siempre. Las paredes pintadas del mismo color, con los mismos cuadros colgados en ellas y la estantería de los libros, estaba al fondo, como siempre…pero Susana, lo vio todo diferente. Todo era extraño, hasta el olor a café, no era el mismo. No podía ver a su amor de ojos azules y todo le parecía opaco y sin vida.

Se sentó en una mesa olvidada en un rincón y entonces, escuchó una voz conocida. ¡Buenos días señorita! ¡Le sirvo lo de siempre! Se volvió sorprendida y pudo comprobar que era la camarera y llevaba un paquete en las manos.

Sí, por favor y perdone, estaba distraída. La camarera se acercó un poco más y le dejó sobre la mesa un paquete diciéndole.

Me lo dejó el chico que se sentaba enfrente de usted,  el de los ojos azules. Me dijo que se lo entregara si volvía por aquí, porque él tenía que ausentarse urgentemente y era muy preciso, que usted recibiera este

contenido…

Susana se quedó muy sorprendida, pero a la vez estaba contenta y feliz. Su amor, el chico que ella adoraba, también se había fijado en ella.

Conforme abría el paquete sentía un sinfín de emociones. Todas eran de felicidad, porque se figuraba lo que podía contener.

¿Sería una declaración de amor? Las manos le temblaban mientras lo abría y cuando al final pudo hacerlo, le embargó una emoción de sorpresa y entusiasmo.

El paquete contenía un manuscrito y una carta.

El manuscrito se titulaba. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Y estaba firmado por.

Neftalí Ricardo Reyes Basoalto…

Abrió la carta con manos trémulas, pero su corazón saltaba en el pecho, dando brincos felices. Estaba alegre y a la vez sensible. Estaba eufórica y a la vez interesada. Se sentía importante y a la vez, curiosa, por saber el contenido de esa carta. Y entonces comenzó a leer.

Mi querida niña;

No sé tu nombre, porque nunca he hablado contigo y tampoco sé, si tú sabes que existo. Lo único que sé, es, que te amo. Todos los días te veo en la Cafetería, pero no me atrevo a mirarte de frente. Solo te miro cuando tú estás distraída, o como ausente. Pero te llevo siempre dentro de mí, conozco cada rasgo de tu rostro tan querido para mí. Cada movimiento tuyo. El sonido de tu voz, que para mí es música celestial. El color de tu cabello y la mirada soñadora de tus ojos.

Hoy he venido decidido a decírtelo y a entregarte estos poemas escritos por mí, siempre los escribía pensando en ti, en lo que siento cada día al mirarte a hurtadillas, sin que te des cuenta.

Hoy me atrevo a decirte todo esto, porque tengo que despedirme de ti. Tengo que hacerlo, aunque no me conozcas. Aunque no sientas nada por mí. Tengo que explicarte mi ausencia, por si algún día, vuelves a la cafetería.

Me tengo que marchar muy lejos y nunca volveremos a vernos. Pero tenía que decírtelo. Tenías que saberlo. Me persiguen por mis ideales. Estoy en peligro de muerte y por ese motivo, tengo que huir. Como un fugitivo. Como un delincuente. Pero quédate tranquila, porque yo no soy nada de eso. Solo soy, un hombre enamorado, que siempre te llevaré en mi corazón. TE AMO…

Susana se quedó absorta. ¿Qué haría ella ahora? ¿Cómo lo podría encontrar? Comenzó a leer los poemas y sus emociones fueron de tristeza, cuando comprendió que todo lo que había escrito en ellos, la hubieran llenado de felicidad, leyéndolos junto a él. Pero ahora sabía, que nunca lo volvería a ver y la felicidad de saberse correspondida por su gran amor, se convirtió en la tristeza mayor que un ser humano pueda experimentar, al saber que nunca más lo vería.

Susana, salió de la cafetería triste y cabizbaja. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y en su cabeza un pensamiento: Ese manuscrito y esa carta, siempre las llevaría consigo junto a su corazón y entonces, tomó la decisión. Se fue a su casa y esperó a su padre con ojos tristes para decirle.

¡Papá, me voy contigo, no te quiero dejar solo! Ya puedes ir buscando una buena universidad en esa ciudad, porque pienso estudiar allí literatura.

Su padre la miró sorprendido, pero a la vez eufórico. Tenía casi la certeza, de que su hija no quería irse con él y dejar su ciudad, pero ahora pensaba que los jóvenes son muy volubles y nunca se sabe cómo piensan, aunque él estaba contento con esa decisión.

Y se fueron…Y Susana estudió cinco años de Literatura. Y siempre, siempre, llevaba los poemas y la carta de su amor con ella, para leerlos todos los días en cualquier momento.

Cuando pasaron los cinco años de carrera, no pudo aguantar más y decidió volver a la cafetería. Tenía que averiguar algo. Lo necesitaba…

CAPÍTULO IV

VEINTE POEMAS DE AMOR

Cuando Susana regresó a su ciudad después de cinco años, decidió volver a la cafetería de nuevo. Tenía que estar allí otra vez, para poder revivir todos los recuerdos y sentimientos, que guardaba en su corazón.

La cafetería era la misma, pero estaba cambiada. Ya no estaba la camarera ahora era un chico el que servía las mesas. Se sentó en la de siempre y sacando los poemas y la carta que él le envió, comenzó a recordar…

De pronto se dio cuenta, que la librería había crecido. Era mucho más grande, tenía más libros. Cuando el camarero se acercó con el café, le hizo algunas preguntas. Ella quería saber, si había vuelto por allí su enamorado, pero el chico era nuevo y llevaba poco tiempo y por eso no pudo satisfacer su curiosidad.

Terminó el café. Guardó su querido tesoro y se dispuso a marcharse de allí.

Todo era demasiado doloroso. Los recuerdos…las paredes le hablaban de él, las mesas, las tazas y hasta la estantería de libros que no era la misma, porque la habían agrandado y eso, sí le llamó la atención.

Se acercó poco a poco, para poder revisar todos los libros nuevos que había en ella. Sobre todo en la sección de poemas, porque desde que él le mando el poemario, solo leía poemas.

Los miraba con curiosidad, pero sin interés. De pronto se frotó los ojos, asombrada. Allí había un libro con el mismo título de su manuscrito.

VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA.

Lo tomó rápido de la estantería y comprobó el nombre del autor.

No era el de su amado. El nombre que figuraba en el libro era otro, pero los poemas si eran los mismos.

¿Sería ese hombre su amor? ¿Habría dado con él por casualidad?

Se dirigió rápidamente a una librería a comprarlo y en ella preguntó, si sabían algo de ese autor. El librero sabía poco, solo que estaba en el exilio y no podía volver a España…

Todo le cuadraba, tenía que ser él. No podría poner su nombre verdadero, por el peligro que eso podía acarrear.

Susana, tenía plaza en la universidad, para impartir clase de literatura y desde allí, comenzó a hacer gestiones de espionaje. Tenía que saber algo de ese autor y solo en el archivo lo podría encontrar.

Y sí, lo encontró. Había más libros con el mismo nombre y través de su investigación logró saber su paradero y le escribió una carta.

Su sorpresa fue mayúscula cuando él le contestó. Lo hizo con la misma que ella tenía en su poder, era una copia exacta. Ya no tenía duda era él.

Pero también había una pequeña nota.

Querida Susana;

No sabes la alegría que he sentido al saber de ti.

Me has llenado de ilusión, pero nuestro amor es imposible. No te quiero poner en peligro y aunque me gustaría tener contacto contigo, pienso que sería muy peligroso. Quiero que sepas que te sigo amando, qué siempre lo haré, pero nos tenemos que conformar con la distancia.

TE AMO

En ese momento, Susana supo lo que tenía que hacer…

Meses después…una mujer tomaba un avión. Ya no era rubia. Tampoco se llamaba Susana. Pero ella sabía quién era y a lo que estaba renunciando.

Lo hacía por amor. Por ese amor que sintió cuando era muy joven y se le clavó en su corazón. Y ese mismo corazón le latía con fuerza, cuando pensaba, que al otro lado del mundo, la estaba esperando él, su amor.

Iba cambiada, pero ella sabía que la reconocería enseguida, en cuanto la viera, porque sus miradas se encontrarían y no necesitarían nada más. Solo mirarse.

Cuando se bajó del avión, un hombre de ojos azules, le sonreía desde la distancia. Y cuando la tuvo en sus brazos, Le recitó al oído un poema.

UNA CANCIÓN DESESPERADA…sabiendo, que siempre la tendría junto a él y podría recitarle cada día, sus poemas de amor…

FIN

María López Moreno

 

 

 

4 comentarios sobre “Amor incondicional

  1. Muy bonito relato Mari. En él describe ese Amor de juventud que a lo largo del tiempo se ha consolidado, y como gracias a la perseverancia en la busqueda de ese Amor ha dado sus frutos con un bonito final. FELICIFDADES

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