Desde el primer momento que salí de la fábrica de muñecas, fui llevada a la tienda de un aeropuerto. Allí todo era muy gris y muy feo, pero no tenía más remedio que aguantarme. Siempre pensé que con lo bonita que era y lo bonito que era mi vestido, pronto sería un buen regalo, para una niña.

Pasaba el tiempo y yo seguía en el escaparate. Un día una niña le pidió a su papá que me comprara. Le dijo que no, que valía mucho dinero y que no era una muñeca para jugar, que era una muñeca de souvenir.

Siempre había soñado en ser la muñeca de una niña que me abrazara y me quisiera, que me acostara en su cama y me contara bellas historias, y que fuera muy feliz jugando conmigo. Pasé todo el día enfadada y muy triste, ¡pero esa tarde antes de cerrar la tienda, una señora me compró!

Alguien con mucha prisa rompió los papeles que me envolvían. Me encontré frente a una niña rubia, de ojos color esmeralda, que me miraba con felicidad y arrobo. Era Lina, mi primera mamita. Cuando la vi tan feliz mi corazón de muñeca se derritió de emoción. Esa noche dormí con Lina;  se durmió mirándome y acariciando mi pelo, ¡cuánta felicidad! Pero al día siguiente, todo ese júbilo se hizo añicos.

Al amanecer, la madre de Lina me saco de la cama y me colgó en un rincón del cuarto. No sirvieron de nada los lloros y súplicas de mamita. Cuando nos quedamos solas, ella arrimó una silla cerca de mí, y se subió para acariciarme y ponerme bien el vestido y el pelo; la ternura y el amor que salían del corazón de mamita fue  como la varita mágica de un hada. Cogidas de la mano salimos volando de la habitación; y cada día en una nube formada con pájaros, mariposas y hojas de otoño que el viento traía, volvíamos al país de la ilusión, donde yo era su mejor amiga…y ella dejaba de ser cenicienta para convertirse en una niña libre y feliz.

Mª Luisa Heredia Castillejo