Un sueño sin alas…

La luna se derramaba sobre la noche azul de abril.
En el puente romano de su ciudad, dos personas recordaban sus días felices conmemorando el día que se conocieron.
Un eco gritaba desde la cueva de sus pensamientos, voces etéreas, que se mezclaban con el viento y le susurraban al oído frases que no lograban entender.
Todos somos pobres mortales en busca de una ilusión que nos motive a vivir y los deseos son pequeños duendes que se fijan en la mente y empiezan a construir su casa hasta invadirte –acertó a decir ella invadida por el desconsuelo.
Vivimos en un continuo vacío que nos empeñamos en llenar para volver a vaciar en una repetición incesante… Cuando se está enamorado no se puede prometer nada, la realidad se nubla y en esa niebla, hacen fiesta los fantasmas -le respondía él, con voz doliente.
El cielo lloraba gotas que entonaban una melodía sobre aquel lienzo de cristal del río.
Les invadió el recuerdo punzante de haber sentido sus vidas convertidas en dos libros que alguien había escrito con borrones que hieren el papel y dejan cicatrices para siempre…
Todo el paisaje temblaba sometido a una espera lenta que olía a soledad convertida en un sueño sin alas…
Ecos ensordecidos golpeaban la noche y ambos comprendieron para siempre que el destino de sus vidas quedaría marcado por ese cumpleaños.

Antonia Campos

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