Llaman a la puerta y Dolores levanta la vista del libro; se pregunta quién será a estas horas tan intempestivas? Abre con mucha cautela y ante ella aparece un hombre alto y delgado; al verlo, su corazón dio un vuelco: era la persona que jamás hubiese querido volver a encontrar. Ese hombre era un antiguo inquilino, una persona taciturna y huraña, de mirada esquiva, que vivió en el piso durante dos años, acompañado de su esposa y un bebé. Su esposa era una mujer menuda y siempre caminaba con la cabeza gacha, siempre atemorizada que nunca se relacionaba nadie.
A su memoria vino la imagen terrorífica que durante tantos años la acompañó y que se quedaría grabada en ella para siempre.
Era una tarde serena y placida de principio de otoño, Dolores abrió las ventanas, admirando el cielo azul y las bellas plantas del pequeño jardín. De repente sonó un golpe muy fuerte, ella aguzó el oído y entre el silencio absoluto, estalló el llanto desesperado de un bebé… Dolores, inquieta, comenzó a subir los peldaños de la escalera, el llanto seguía; al llegar al rellano encontró la puerta abierta, en el suelo apoyado en la pared estaba Alfonso, cubriéndose , la cara con las manos, a su lado una figura de bronce manchada de sangre.
Horrorizada, siguiendo el sonido del llanto cada vez más débil, la escena que se encontró hizo que se arrodillara. La esposa tendida en el suelo con un hilo de sangre que corría por su frente y una niña abrazada a la madre. Cuando Dolores se acercó a cogerla, la pequeña se abrazó a su cuello y no podía desprenderla de él.
A partir de ese momento, todo fue un caos: las sirenas, un tumulto de gente…solo recuerda que a la mañana siguiente se despertó con la niña abrazada a ella.
Recuerda su lucha para adoptar a la pequeña María, ya que no tenía familia.
Dolores no sabe cómo reaccionar, pues han pasado 20 años y queda atónita cuando el inquilino le pide perdón y le dice que está muy arrepentido. Sabía que su hija María estaba con ella, que la adoptó y quería verla.
A Dolores la rabia le golpeaba el pecho y solo le venían ganas de empujarle y cerrar la puerta, pero el subconsciente le ponía antes sus ojos a un pobre hombre, un desgraciado, con la cara llena de arrugas y un semblante pálido que tal vez necesitaba una segunda oportunidad. Cerró los ojos y respiró profundamente, le dejó pasar y le ofreció asiento.
Hablaron durante horas. Dolores le prometió que se pondría en contacto con María para que tuviesen un encuentro.
María escuchó a su madre, ella era una mujer independiente y segura.
Le dijo que la quería más que nunca y le agradeció lo que había hecho por ella. Pero que jamás perdonaría al hombre que le había quitado la vida a su madre.
Luisa Aguilera Rodríguez
Luisa ,qué bien redactado tu relato, me ha gustado mucho. Un relato como la vida misma, un caso que puede y está pasando todos los días.
Animo y a seguir escribiendo.
Querida compañera. Tu relato de un gran realismo y muy bien estructurado, cuenta con nitidez, la lacra del maltrato a la mujer, que en nuestra sociedad tan desarrollada, aun impera.
El toque de humanidad y compasión. La fortaleza y la libertad, dejan entrever la esperanza.
Un buen trabajo.
¡Felicidades Luisa!
Como siempre, me ha encantado tu relato, sigue escribiendo,es muy realista, y lo cuentas muy bien, lo enlazas todo con maestría.
Enhorabuena Luisa.