Hace unos días empecé a escribir un texto para El Día del Libro, y el pensamiento que es caprichoso y burlón, me traslado a mi niñez, a un día como este.
Mi abuela, muy aficionada a la lectura, a menudo me pedía acompañarla a la Biblioteca.
Ese día, en el salón principal, se celebraba el Día del Libro, y se hacia la lectura del Quijote. Y justo al lado del estrado, una gran figura del “Caballero Andante” con su yelmo, escudo y espada al cinto: rápidamente capto mi atención.
Quedé, totalmente absorta, mirando aquella imagen que adornaba el salón de lectura.
De pronto, la mano que el caballero tenía en la cintura junto a la espada, se movió dirigiéndola hacia mí, y escuche su voz que me preguntaba.
Pequeña doncella, ¿podrías llevarme a donde están los libros de caballería? Mis ojos volaron hacia su cara, y con asombro vi, que aquella silueta había cobrado vida.
Su rostro, aunque muy enjuto y destartalado, tenía un gesto benevolente y sereno. Y como si lo hubiera conocido de toda la vida, lo cogí de la mano y lo lleve a otra sala..
Es usted Don Quijote? Pregunte. <Sí, soy yo.> ¿Y qué libro quiere buscar vuestra merced? <Voy buscando el Amadís de Gaula, ese falso imitador de mis batallas y aventuras. Cuando lo encuentre, le hare pedir perdón y arrepentirse, por suplantarme, en los caminos que yo recorro, en busca de justicia.
Tirándole de la espada le dije. Yo sé dónde están los libros de aventuras, hay muchísimos y muy bonitos. Pero sobre todo, hay uno, que es mi favorito y me hace soñar despierta. <¿Cómo se llama ese libro, pequeña doncella?> LA ISLA DEL TESORO.
<¡Voto a Brios!¡Me gusta el título! ¿Y es un libro de caballería?> No, señor Don Quijote, pero si se fía de mí, (que me gustan mucho los libros de aventuras) debe leerlo.
En este libro también hay buenos y malos, gente lista y astuta, honrados y malandrines. ¡Léalo, vuestra merced…! Seguro que os gustara muchísimo.
Cogimos el libro, y despojándose de su armadura, se acomodó tranquilamente en un sillón, y se embebió en la lectura.
Al principio note que su cara hacía gestos de extrañeza, lo mismo se sonreía, que fruncía el ceño en un gesto de desacuerdo. Alguna vez levantaba la vista de la lectura para decir, ¡malandrines! ¡Boto Bríos! ¡No oséis engañar a este zagal, para despojarlo del tesoro!.
Así transcurrió toda la lectura del libro. Yo estaba divertidísima y me sentía muy feliz, de haber podido ayudar, nada menos que, Al Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de La mancha.
Terminada la lectura me pregunto. < ¿Podrías prestarme este libro? Me gustaría mucho leérselo, a mi noble amigo Sancho>. Sí, le contesté. Podemos pedir el préstamo con mi tarjeta de la biblioteca, pero tenemos que devolverlo antes de quince días.
<Pequeña doncella, crees que un caballero como yo, que está en este mundo para deshacer entuertos, ¿puede quedarse con una joya que no es suya?>
<Los libros son tesoros, y en ellos se refleja, la sabiduría del hombre. Y me parece muy justo, que estén guardados en palacios como este.>
En ese momento se formó un pequeño tumulto en la biblioteca. Un gran poeta iba a leer el episodio del Quijote, La Isla Barataria.
Mi abuela me acarició la cara y me dijo. Rosa te has dormido. ¡No abuela! yo he estado con Don Quijote, hasta le he prestado el libro de La Isla del Tesoro. Mi abuela me miró sonriendo. ¡Si abuela, es verdad! Bueno cállate, van a empezar a leer, y esta aventura es tan divertida y genial, que no me la quiero perder.
Me sonrió, me besó la frente, y llevándose el dedo índice a los labios, me rogó silencio.
María Luisa Heredia
Este relato se haya escrito en una prosa perfecta a la vez que amena. El lector queda prendido en el hilo conductor del mismo, desde `principio a fin.
La autora ha desplegado su imaginación y nos ha narrado una divertida aventura de una niña con el Ingenioso hidalgo Don Quijote.
Ejemplo de buena escritura, queda plasmado a lo largo de todo texto, donde se emplean un bonito recurso literario, utilizando el sueño de una niña.
Te felicito María Luisa por este bello texto que me ha hecho soñar como esa niña.