Estaban sentados en la pilastra que había junto al puente. Era primavera y desde allí se podía ver un tramo del recorrido del río; sus aguas corrían lentamente como si quisieran que estas dos personas se deleitaran en su recorrido. De vez en cuando, saltaba un pez pequeño juguetón y travieso. El agua seguía su curso para finalizar su recorrido.
Ana y Luis, todas las tardes iban al mismo sitio para recrearse en esa belleza natural que tanto les atraía. Entrelazadas sus manos, prodigaban miradas de amor y complicidad.
En la puesta de sol el agua tenía un brillo especial y el color del cielo en ese punto era de naranja fuerte quedando rojizo al desaparecer poco a poco como sí se metiera en el agua, y no se sabía dónde terminaba el cielo y empezaba el agua, formando una estela que casi llegaba al puente.
Ensimismados, decidieron esperar la llegada de la luna que con su arte y embrujo cambió el agua de un color oscuro dándole unos reflejos de espejos plateados brillando sin cesar en el movimiento del agua, no había nada que se pudiera igualar a tanta belleza.
Cogidos por la cintura anduvieron sin prisa hasta llegar a su vivienda, era una cueva que había en un montículo donde Luis hizo con gran ilusión, un lugar asombroso, rodeado de árboles y plantas olorosas que perfumaban su hogar, no necesitaban nada más.
Había sido un día muy especial donde los astros quisieron obsequiar a Ana por su cumpleaños, el valioso regalo de la naturaleza en todo su esplendor…
Manoli Olivares Burgos.
Mucho amor y complicidad . Muy bonito el escrito
Querida compañera, tu relato te ha quedado precioso. Esta lleno de bellas imágenes de la naturaleza que tu haces de forma única.
Le has puesto ilusión, arte y alegría. Cosas muy necesarias para escribir.
¡Felicidades Manoli!