El banco de piedra, relato de María Luisa Heredia

Sentada en aquel banco de piedra, vestigio del mundo romano, leía por segunda vez el libro de Anna Karenina.

En las pausas que hacía para descansar de la lectura, mi mano izquierda acariciaba el banco que hacía más de mil años, unas manos rudas y expertas había tallado a cincel, decorándolo con bellas alegorías que hacían de él, una obra de arte.

La plazoleta estaba rodeada por naranjos de la época, que  ponían luz y color a este  frio y luminoso día de invierno.

En un pequeño promontorio cerca de la plaza, había una ermita que en este momento, desde el campanario, anunciaba El Ángelus. A esta hora del día el sol bañaba la plaza. La quietud del viento había dejado estáticas las hojas de los naranjos, y todo aparecía como en una bella acuarela, solo los pájaros, destacaban por su vuelo y sus trinos alegres.

En este mismo sitio había conocido a Víctor, el chico que me hacía esperar sentada, en aquel lugar tan privilegiado. Lo primero que me atrajo de él, fue su dulzura y la limpieza de su mirada.

Aunque desde hacía algún tiempo, la magia que sostenía nuestra relación, ha empezado lentamente a evaporarse. Es el presentimiento de algo, que no sé cuándo ha ocurrido ni por qué. Solo sé que me lleva por una niebla de la que me da miedo salir, porque creo que si salgo, me encontraré sola.

De pronto, por la vereda lo vi llegar. Era extraño, ese día se había retrasado, caminaba lento, y daba la sensación de llevar un peso sobre los hombros.

Me saludó con una bonita sonrisa en su rostro, pero al mirarle a los ojos, vi que sus pupilas titilaban inquietas. Se sentó a mi lado, me cogió la mano y con delicadeza me la besó. Me explicó su retraso, era debido a los preparativos de su próximo viaje a París, el conservatorio le había concedido una beca, para seguir sus estudios de música en esta ciudad.

Me dijo, que durante algún tiempo no nos veríamos  porque dependía mucho de su frágil economía, y además tenía que dedicarle el máximo tiempo a sus estudios: quería  convertirse en un gran violonchelista. Pero sus palabras forzadas y su efímero calor, me hicieron sentir que entre nosotros, había surgido algo que nos separaba.

Me recompuse, y me dije a mi misma que estaba exagerando, que si hubiera algo más, Víctor me lo diría, y me agarré a esta sutil idea para no llorar.

La primera vez que nos vimos, en este mismo sitio, él me hizo enamorarme de la novela de Anna Karenina. Yo tenía el libro entre las manos y me dijo, con su voz magnética y bien timbrada ¿me permite señorita? Esta usted leyendo una gran obra. Esta llena de música, tragedia, pasión y amor. Mil veces sonó la hora del Ángelus en mi interior, y me enamoré perdidamente de aquel hombre.

Ahora, ante el adiós, conversamos de cosas triviales sobre el viaje, pero en ningún momento hablamos de su regreso. Mandé callar a mi corazón y esperé  la despedida. Me abrazó y me besó forzando la pasión, y unas palabras que sonaron huecas salieron de su boca, “te escribiré, amor”. Esta frase atravesó mi corazón como un huracán de fuego, y en las cenizas pude ver, lo que mis sentimientos se habían  resistido a admitir: había perdido a Víctor, había perdido su amor.

En un gesto de despedida cogió mis manos, y al notar en las suyas un sudor frio…supe que nunca volvería.

Un comentario sobre “El banco de piedra, relato de María Luisa Heredia

  1. Descrito con minuciosidad y con gran belleza el relato. He de decir que la imagen que trasmite al lector de la plazoleta es bella, realizada con pulcritud de leguaje , con cierta nostalgia, venimos a contemplar una mañana de invierno fielmente descrita. Los personajes , sus emociones y sentimientos dejan prendidos al lector desde el comienzo del mismo .Felicidades María Luisa

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *