Crucifixión en Nueva York

Poema inspirado en La aurora de Nueva York, de Federico García Lorca

La ciudad escupe sangre y polvo negro

Y riega las columnas donde crece el espino

Desnudo un hombre nace con la aurora

Y  el detritus del pecado se pega a su cuerpo.

Tirado en el suelo un niño pide una limosna “por dios”

Palomas de alas negras comen pan (o migas) de asfalto.

Surge el hombre del infierno suburbano de la miseria

Y un pavoroso grito taladra el oído del mártir.

Los parpados enfermos se abren con dolor y miedo.

Ojos tristes de niños con  manos de carbón

Le alargan un miserable y duro trozo de pan,

El hambre no conoce al hombre que muerde el pan.

Lo riega con sangre y sudor y en su dureza

Deja clavados el nácar roto de sus dientes.

Lentamente cae su cabeza sobre el pan de cada día

Ese negro y espinoso pan que genera la urbe,

Que fabrica santos que suben al altar del privilegio,

Donde son alabados y glorificados por los siglos de los siglos.

Uniformados hombres al sol limpian la ciudad.

La turba sin rostro se arrastra camino del Gólgota.

Como una sábana santa se abre el mar, callan las olas.

Diez maderos, diez hombres sobre la valsa agonizan.

Abrasada la piel negra se abre al látigo del sol.

Coronas de sal en las sienes piden agua para su sed.

Una voz como un trueno sale de una garganta:

¡¡PADRE POR QUÉ NOS HAS ABANDONADO!!

María Luisa Heredia 

3 comentarios sobre “Crucifixión en Nueva York

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