Los domingos, los paso a “la bartola” como se suele decir cuando se pasa el tiempo sin hacer nada. Cada domingo, tengo a gala ponerme guapa, bueno… arreglarme y caminar hasta el Paseo de la Virgen con tranquilidad y sosiego, ya que siempre suelo ir sola. Cuando llego a casa ya tengo mi comida preparada y con ella me tomo un vinillo o un vermut, que me sienta de maravilla; friego mis dos platitos y me tumbo plácidamente a descansar.
Mi gata que está al acecho, cuando vuelvo del paseo sale lentamente, con sus grandes ojos acusadores, despreciativos; y yo que la entiendo, sé que me acusa de dejar sola a una pobre vieja como ella. Yo que soy respondona le digo: “Así es la vida Cuca, cuando seas padre, comerás huevos”.
Ella, con mucha dignidad se da la vuelta despectivamente. Yo le pongo su latita de comida, la llamo y no viene, solo lo hace cuando yo salgo de la cocina. Yo… ni caso. Me tumbo en mi sillón abatible y pienso (qué bien, como está enfadada me dejará tranquila, no se me subirá encima, la muy gorda,) pero me equivoco.
Al poco rato viene lentamente, sondeando el ambiente; se queda mirándome indecisa, y de un salto se planta encima. No hay remedio. Yo podría echarla claro, sería muy fácil, pero tengo que reconocer que me gusta su contacto, estamos hechas la una para la otra, así que le paso la mano por el lomo acariciándola, pongo música clásica y las dos nos perdonamos mutuamente cerrando los ojos intentando dormir un rato.
Me gusta mi gata, confió en ella, me acompaña.
¡Estaremos juntas hasta que la muerte nos separe!
Lola Costarrosa
Qué bonito Lola!! Cómo te comprendo y conozco esa complicidad que hay entre tu gata y tú.
Los gatos son fantásticos y muy listos y saben lo que quieren en cada momento…