Es primavera en mi jardín. Mientras admiro los rosales, detrás de uno de ellos veo un gran bulto parecido a una  piedra. Me acerco y de repente siento la mirada de una tortuga. Qué raro, pensé. ¿De dónde habrá salido? Me quedé aturdida cuando la tortuga me responde que viene de viajar por el mundo. Enmudecí. No sabía qué hacer. La tortuga me miró fijamente con sus ojillos negros y me dijo quién era.

“Mi nombre es Harriet y no es la primera vez que visito España; la última vez fue cuando estalló la guerra civil. Estuve viviendo en un pueblo sevillano, llamado Gerena.  Allí viví una experiencia horrible. Un grupo de hombres (si es que se pueden llamar así) sacaban de sus casas a mujeres, a las cuales les tenían que arrancar a los hijos de sus faldas. Juntaron diecisite mujeres, las raparon, las desnudaron y las pasearon por las calles del pueblo. En las afueras, las violaron y a golpes las mataron. Eran las esposas de republicanos que lucharon en la guerra y se vieron obligados a huir del pueblo.

Una vez cometidos los actos tan infames, se jactaban ante los vecinos de semejante proeza”.

Cuando pude reaccionar ante el episodio tan terrible, le pregunté qué necesitaba y me dijo que le iría muy bien darse un baño. Le llené un enorme barreño con agua y la metí en él. Al poco rato me pidió que le ayudara a salir, y ambas mantuvimos un rato de conversación hasta que decidió que era la hora de marcharse.

En nuestra despedida, no faltaron palabras de cariño y gratitud por habernos conocido. Ambas llegamos a emocionarnos en silencio recordando a esas mujeres de Gerena que tan cruelmente fueron humilladas, golpeadas, violadas hasta acabar sus vidas en manos de alimañas…

“Qué necesaria es la cordura, querida amiga. La necesitamos para no repetir los horrores de la guerra” .

La acompañé hasta la verja del jardín y le pregunté si la volvería a ver. Me dijo que tal vez, ya que estaba cansada de viajar por el mundo y no le importaría terminar sus días en una tierra tan maravillosa como Andalucía.

Luisa Aguilera